domingo, 9 de marzo de 2008

EL JUEGO (48º ALBANTA)


A Jeremy.
A Madelaine.
A Mariluz.

Antoñita pegó su frente a la ventana de la salita y miró con ansia el parque desierto, los columpios vacíos balanceándose al viento como acunados por invisibles manos, mientras su respiración formaba un manto de vaho chiquito con el que sus dedos torpes dibujarían un muñecote más tarde.

-Mamá, ¿puedo salir a jugar?
-Ya sabes que no -su madre dejó de remover el potaje con el cucharón de madera y sus ojos, sin brillo, miraron sin ver el detalle de flores silvestres del alicatado.

Hacía tiempo que los parques, los patios y los campos están yermos de niños y risas. Tanto tiempo, que ella vio pasar su infancia y se sumergió en su juventud en medio del cambio de unas leyes no escritas más que con sangre.

-¿Por qué, mama? -pregunta Antoñita, su cabecita de rizos salvajes moviéndose al compas de la música de fondo de la radio.
-Porque no es seguro.

Tiempo atrás lo habia sido. Al salir del colegio, cada tarde, recordaba haber visitado el parque, deslizarse por el tobogán, chillar con alegría mientras su padre la empujaba con fuerza en el columpio, subir las barras de hierro arqueadas y colgarse como una mona feliz. Los sábados, en el pueblo, su bicicleta la transportaba calle arriba, calle abajo. Los domingos, la abuela Pacita la dejaba subir al monte con los otros niños a merendar, a jugar al escondite y al coger.
¿Cuándo había comenzado el cambio? No estaba segura. Poco a poco se había introducido en sus vidas, como un virus letal, como la prohibición de fumar en lugares públicos.

Los niños debían jugar en casa. Tenían que hacerlo. Y mirar con curiosidad aquellos armazones de hierro oxidado erigidos para que nadie, jamás, olvidara la memoria de un pasado en agonía. Miró a su hija y suspiró. Nunca conocería la libertad de las horas lúdicas rodeadas de naturaleza. No sonarían sus risas en la playa en verano, correteando sin miedos junto al mar, lejos de ella.

Otros, muchos más de los que quería recordar, no tuvieron la oportunidad de crecer para hacerlo...
Antoñita miró a mamá y se marchó cabizbaja a su habitación, refugio acorazado de un siempre presente hombre del saco...

3 comentarios:

Riesgho dijo...

Ruth, se me ha encogido el corazón al leer tu relato. Que pena que tengamos que ver en él, un fiel reflejo de nuestra realidad. Díficil es hacer entender a un niño que por nuestros miedos y por su bien, estará siempre limitado a no poder hacer muchas cosas, a ir siempre cerca de uno en la calle, a no poder ir (como hacia yo) a por los recados "olvidados" a la tienda de abajo. Todo ello, por un miedo más que fundado a que nos quiten lo que más queremos. Difícil será que lo entiendan nuestros pequeños, si todavía se hace incomprensible para nosotros que puedan existir seres tan villanos.

Susana.

Candela dijo...

Fijate cómo han cambiado los tiempos. Cuando yo era una niña eso del "hombre del saco" nos sonaba a cuento chino, no nos lo creiamos, y ahora es una realidad latente. Por desgracia. Espero que cojan a todos esos desgraciados y los cuelguen por los huevos.

R.M dijo...

Me encanta tu relato. Por desgracia no es ficcion.

Espero ke las cosas no siempre sean asi. Ke se endurezcan las leyes. Ke se cumplan integras las condenas.

Igual asi las cosas cambiaban...